Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal
“Soy El Francés, mirame bien”
Para fines de abril de 1977, Ricardo Victorino Molina –Pancho para sus compañeros y también para sus secuestradores– tenía pocas esperanzas sobre su futuro. Llevaba más de diez días tirado sobre una colchoneta, encadenado a la pared, encapuchado, con el cuerpo marcado por la tortura. Fue entonces cuando uno de los guardias de los “Carlitos”, pronunció una frase que le reveló dónde estaba. Todavía hoy la sigue escuchando en su memoria: “¿Saben donde están, terroristas, zurdos de mierda? Están en La Cacha, de la Bruja Cachavacha, que hace desaparecer personas”, gritó, y esa frase rebotó en las paredes y se metió entre los tabiques que separaban, uno por uno, a los diez o doce detenidos que había en la planta baja de la construcción. Con el tiempo, Molina llegaría a descubrir que también había un sótano y un primer piso, pero a él nunca lo llevaron allí.
Pancho tenía 28 años, integraba la Comisión Interna de Kaiser Aluminio y militaba en la JTP. Lo secuestraron la noche del 14 de abril de 1977, en las afueras de La Plata, en la casa de su hermano Babi (ex concejal peronista, que zafó de milagro porque no lo identificaron). “Escuchamos ruidos afuera y después un voz, por un altoparlante, diciendo que la casa estaba rodeada y que teníamos que salir. Por el altoparlante, también, preguntaron quién era Ricardo Molina. Cuando les dije que era yo, me corrieron a un costado, me hicieron poner de rodillas, me ataron las manos atrás con mi cinturón, me encapucharon con mi pulóver y me subieron a un Torino blanco, de cuatro puertas, en la parte de atrás”, le dice a Miradas al Sur, 35 años después. Del viaje recuerda los culatazos de Itaka, preguntas sobre volantes y armas y que, al llegar, un tipo grandote (luego sabrá que era el penitenciario Héctor Acuña, El Oso), lo levantó de los pelos y lo sacó del auto. De ahí, encapuchado, directamente a la parrilla. Quien lo interroga es el mismo que dirigió el operativo. Un tipo al que llaman El Francés y que –aunque Molina no lo sabe todavía– es uno de los tres que dirigen el centro clandestino de detención.
Los dos o tres primeros días fueron de torturas e interrogatorios fuertes y precisos. “El Francés sabía lo que me preguntaba. Tenía mucha información sobre mí. Incluso me dijo que había mandado a pedir mi legajo a la fábrica. Me preguntaba sobre la CGT de la resistencia, cómo se iba a organizar. También sobre mi vinculación con Montoneros. Sabían que la estructura sindical estaba desmantelada, tenían información fina sobre la situación”, precisa Molina. Después de eso no volverán a torturarlo, a excepción de algunos golpes ocasionales.
Una de esas ocasiones fue cuando lo sacaron encapuchado y lo metieron en el baúl de un auto, unos veinte días después de su detención. “Llegamos a un lugar y escuchó órdenes y gritos. Estaban haciendo un operativo. Al rato me sacan del baúl y me dicen que me van a sacar la capucha y que tengo que reconocer a un tipo, a un tal Coco. ‘No conozco a ningún Coco’, les digo. Y ahí se dan cuenta de que se equivocaron, que no era yo el que podía reconocerlo. ‘¡Boludo, éste no es! ¡La puta que te parió!’, le dijo uno a otro. Me cagaron a trompadas por su propia equivocación pero, eso sí, el tal Coco esa vez zafó”, dice y sonríe.
Todavía hoy Molina no sabe por qué, casi al final de su permanencia en La Cacha, lo llevaron a ver a su mujer, Liliana Galarza, de 22 años, a quien habían capturado, embarazada, en noviembre de 1976. Tal vez lo hicieron para quebrarlo, pero no lo sabe. “Te manda saludos la enana de jardín”, le dijo El Francés un día, “según como venga la mano te voy a llevar a verla un día”. Pancho se quedó helado, porque la creía muerta. “Unos días después, El Francés volvió y me dijo que me iba a llevar a conocer a su hija. Me subieron encapuchado al baúl de un auto y me llevaron a un lugar que después supe que era Cuatrerismo, en 55 entre 13 y 14. Me llevan a un sótano, me sacan la capucha y me encuentro frente a Liliana con el bebé en brazos. Fueron cinco minutos y a ella nunca más la volví a ver. A la vuelta El Francés me dijo: ‘¿Viste que no somos tan hijos de puta?’. Yo estaba impactadísimo”, cuenta. Liliana Galarza sigue desaparecida. La hija de Molina fue entregada a sus abuelos.
Pancho tampoco sabe por qué, después de eso, El Francés decidió destabicarse con él. Lo hizo llevar a su presencia, le hizo sacar la capucha y, cara a cara, le dijo: “Mirame bien, Pancho. Yo soy El Francés. Yo soy el que te detuvo. Y yo te llevé a ver a tu mujer, para que digas y veas que no somos tan hijos de puta. Pero te digo una cosa: es muy probable que zafes. Si zafás y nos cruzamos en la calle, tirá primero, porque yo te voy a tirar”.
Dos días después, Ricardo Molina fue entregado y “blanqueado” en la Comisaría Octava de La Plata y luego trasladado a la Unidad 9. Treinta y cinco años más tarde, en el juicio, volverá a estar cara a cara con El Francés.
Fuente: Miradas al Sur
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