Por Silvana Melo
La reacción socio-político-judicial se mueve por espasmos. Y sucede lo peor: los debates más profundos, más medulares, se dan con las esquirlas de la tragedia taladrando la piel social. Con la sangre aun tibia. Con los micrófonos y las cámaras puestos en la cara de las víctimas para violentar y enardecer. A los espectadores y a las propias víctimas. El debate sucede cuando no debe: una muerte provocada por un pibe es una extra sístole social. Es un sacudón de la tierra que se pisa. Es el cielo que se abre para que asome un Leviatán. Entonces lo que se discuta correrá por esos peligrosos carriles. Salpicado de ira, de sangre, de posturas extremas. De ausencia de un análisis serio y profundo que vuelva sobre por qué un niño termina matando. Qué recorrido histórico atravesó su vida, la de su familia, la de su barrio, la de su tierra, para que él terminara apretando un gatillo con el cerebro desolado, sin pensar, sin ser. Con un fuego en la nuca encendido por el desasosiego, la soledad intensa, el futuro impensable y el filtro para el sentir y el sufrir que se inhala por la nariz o por la garganta, que le cristaliza la cabeza y los pulmones.
Cuando un pibe mata se encienden todos los monstruos sociales y es siempre la misma secuencia circular, espasmódica: disparo, conmoción mediática, Gobernador poniendo sobre la mesa bajar la edad de imputabilidad a los 14. O los 12 o los 3, que para el caso es lo mismo. Una discusión sesgada, corrida del eje medular porque los sentimientos están a flor de la piel social. Cuando un pibe mata se comienza a estudiar cómo encerrarlos a todos y no cómo desollar -para analizar su endodermis- a un estado y a un sistema de gobierno que durante décadas generó, como huevos de serpiente, como piojo de la lana en el almohadón de plumas quiroguiano, una monumental exclusión. Una colosal desigualdad. Un corte de concentración máxima y reparto de migajas hacia el afuera. Una máquina de generar odio social. Y de desvalorizar la vida -la propia y por ende la del resto- porque dejó de existir un rumbo, un por qué y un para qué vivir.
¿Por qué no se instala sobre las mesas el debate de lo que no se hizo, no se hace -y probablemente no se hará- por el pibe antes de que mate? ¿Existe la voluntad profundamente política de evitar que el pibe mate? Si se analiza la endodermis del sistema para transformarlo y generar alternativas y caminos diversos en la historia de ese niño, ¿quedará al desnudo que la exclusión es una estrategia política pensada y desarrollada por regímenes dictatoriales con la complicidad sistémica de gobernantes, gobernadores y gobernatrices? Entonces, si el problema se aborda en el sacudón de la extra sístole, cuando el pibe mata, habrá reacción social, ejecución pública mediática, pleamares de mano dura y todo seguirá igual. Los 500 mil pibes que no estudian y trabajan en la provincia -que para consultoras privadas son 800 mil- seguirán al borde del
abismo o se irán cayendo a las honduras. La droga, corriendo como un riacho en pendiente en las barriadas pobres, herramienta oscura de dominación y selección, les seguirá carcomiendo la voluntad, las inhibiciones, la cabeza y el pecho. Y de todos ellos, alguno matará. Entonces volverá la reacción cíclica y espasmódica. Y habrá más cárceles e imputabilidad a más baja edad. Los 8, los 6, los 4. Un camino sin salida si no se discute en serio. Lejos de la sangre y de la muerte fumándose un puro en el sillón de la victoria.
El juez en lo Contencioso Administrativo Luis Arias se ha cansado de denunciar el cableado entre policía, política y delito. (Luciano Arruga es la síntesis del terrorismo de Estado en democracia). Arias no ha sido el único. Lo único que logró fue el escándalo de las comadres. La comunidad férrea no deja pasar la luz de la endoscopía.
Algunos números oficiales y desadjetivados para poder comprender: las estadísticas de la Procuración General de la Suprema Corte bonaerense registran, en los primeros seis meses de 2010 -última actualización- 1362 homicidios en la Provincia. 1264 cometidos por adultos y 98 por chicos. Apenas un 7,1% de los crímenes. En ocasión de robo los asesinatos en manos de adultos fueron 29. Y criminis causa -para ocultar otro delito- 26. En total, 55.
Pibes menores de 18 años cometieron 9 crímenes en ocasión de robo y 4 criminis causa. En total, 13. Un 19.11 por ciento de los homicidios en el marco delictual.
En 2009 hubo 2775 muertes violentas. 2580 en manos de adultos y 195 crímenes cometidos por chicos. Apenas un 7,02%. De los homicidios en el marco de un delito, un 22.15 corresponde a menores de 18 años. La proyección de 2010 parece, incluso, más baja. Estos últimos son los números a los que hay que apuntar, aunque duelan y desgarren. Son las erupciones de la exclusión, las reacciones ante la desigualdad, el producto de la máquina de fabricar odio social, de la vida en disvalor.
Pre-venir implica llegar antes. Antes de la muerte. Evitar que el arma llegue a esas manos que todavía no han terminado de crecer, desde donde se sabe que llegan. Evitar que se conviertan en mano de obra de trabajo sucio para las fuerzas ocultas. Intervenir en la historia de los niños antes de que se quiebre como un cristal. Y sangre en los pies descalzos del futuro. Antes de la extra sístole. Antes de la punición infantil, la visibilidad. Antes de la ejecución pública, la ternura.
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
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