No a la baja en la edad de imputabilidad.
Eran las 22 hs. del sábado 29 de enero de 2011 cuando, junto con mi compañera y nuestro bebé de cinco meses, nos retirábamos de la jornada cultural en la que se recordaban los dos años impunidad que trascurrieron desde que el adolescente de 16 años, Luciano Nahuel Arruga, fue desaparecido en la Localidad de Lomas del Mirador. En el camino que nos condujo a nuestro hogar, un hecho particular me hizo reflexionar sobre las palabras que leerán a continuación.
¿Qué le ocurre a nuestra sociedad cuando discute sobre la baja en la edad de imputabilidad? ¿Qué nos ocurre a los argentinos cuando descargamos sobre nuestra juventud todas las miserias que cometimos en nuestro pasado? ¿Hasta cuándo seguiremos intentando vivir en un país en el que la mayoría de nuestros jóvenes sólo tienen derecho a su pobreza?
Pienso que con la respuesta al segundo interrogante puede resolverse el primero y a su vez el tercero. Siento que lo que nos ocurre como sociedad es que somos incapaces de asumir la responsabilidad que nos pesa sobre nuestros pibes, y creo que solamente dejaremos de vivir en ese país cuando reconozcamos que existen tres países en uno: el país de los que piden pena de muerte para los mal llamados “pibes chorros”; el país que sigue al anterior, pero que de una forma más discreta se esfuerza por ingeniárselas para que los “pibes chorros no molesten”; y el país que desde hace mucho tiempo vive sin país y lucha día a día por intentar tomarse un colectivo que lo lleve a algún destino.
Precisamente eso intentaban hacer dos chicos, de aproximadamente 15 años, a diez cuadras de Puente La Noria cuando el conductor, del colectivo en el cual viajábamos, decidió no pararles por temor a que lo asalten. Mi compañera, mi hijo, y quien suscribe llegamos a nuestro hogar sin ningún inconveniente.
Exceptuando al niño de cinco meses, inimputable por cierto, mi compañera, y quien suscribe, bien podemos ser clasificados, junto con el conductor del colectivo, dentro del segundo país. Pero lo triste no se agota tan sólo en eso sino que lo realmente fuerte es el hecho de que esos dos niños no llegaron a ningún destino.
El colectivo se les fue. Sus gorras, su color de piel, su vestimenta y el lugar desde donde pretendían tomárselo eran suficientes para una condena: la condena de pertenecer al país del sin país.
Esos chicos, desde el momento en el que les privamos hasta de su posibilidad de viajar en un transporte público, son considerados, sin cometer ningún acto, ladrones, asesinos, criminales. Sobre esos chicos no tenemos otro derecho que no sea el de escucharlos, el resto son responsabilidades. La responsabilidad que nos pesa como sociedad y la que cada uno deberá sumir en sus diferentes grados.
Bajar la edad de imputabilidad significa seguir evadiendo responsabilidades, seguir dejando a chicos a la espera de un colectivo que no parará, seguir llegando a nuestras casas con la conciencia sucia de saber que hay quienes no llegarán. Seguir, por acción u omisión, haciendo desaparecer al divino tesoro que tiene una sociedad: su juventud.
Juan Manuel Combi
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