lunes, 18 de abril de 2011

Las políticas públicas

Las políticas públicas desde
experiencia política de las mayorías:

Implicación, acción, creación

La experiencia política de los sectores populares y las políticas públicas

Para pensar la política pública en clave de felicidad hay que tener presente que, en este país, y en esta historia nuestra, la felicidad colectiva estuvo hecha, histórica y básicamente, de dos materiales: trabajo y Estado. Lo que hay que pensar es cómo históricamente los sectores populares, las mayorías en Argentina, se constituyeron, se movilizaron, se activaron en términos de reivindicaciones y también de propuestas y de decisiones para imaginar que podían hacer y disputar su felicidad colectiva, en torno a estas dos cuestiones. Entonces, la capacidad de movilización de los sectores populares aparece en el lugar de, o en todo caso en tensión con las decisiones “meramente” técnicas. En el momento en que pasamos de pensar de derechos y reivindicaciones a concreciones políticas tenemos que pensar en movilización. Pensemos en la movilización clásica, callejera –la más habitual– y las movilizaciones extraordinarias –como podría ser el 17 de octubre del ’45–. Pero también pensemos en otra manera más compleja. Pensemos de dónde parten esas movilizaciones y a dónde llegan. O sea: el movimiento sigue después de la plaza y viene de antes. Y pensamos las múltiples movilizaciones, todo lo que se mueve, se lleva y se trae, como demanda, como pregunta, como reclamo, como propuesta, como fuerza puesta en diferentes espacios, con variadas estrategias, con escalas diversas; para ir constituyendo una idea legítima de felicidad, y las posibilidad de disputar los recursos materiales y simbólicos que la sostienen. Hay una cosa más para agregar. Porque esto que es la historia de nuestro país, puede ser también un mapa, un esquema en el cual leer la política pública. Desde la perspectiva de la acción es interesante ver que la política pública no es una cosa donde los actores que “ya están” definidos y constituidos, van y demandan. Por el contrario, ver cómo, en el seno de las políticas públicas, se generan esas cosas, los modos de demandarla pero, además, los mismos actores se constituyen en tanto tales... No se trata solamente de que en la política pública se asignen recursos, sino que cuando estos se asignan, se generan actores que a su vez los redefinen. Entonces, nos preguntarnos: ¿en qué medida las políticas públicas de hoy generan actores con capacidad de disputa, de encaminar, de desbalancear los rumbos del país? ¿Para qué plantearnos estas preguntas? Para salir de un esquema que es interesante pero puede ser tramposo: en general, se nos dice que lo que la sociedad debe hacer es “incidir en las políticas públicas”… ¿Cuál es el problema de la incidencia? Primero, que justamente, define la dinámica como una cuestión incidental o acota los procesos a una idea deshistorizada de las demandas. Pero algo más peligroso que funciona en la propuesta de “incidencia” –tan cara a ONGs, a ciertos sectores de la academia y, en fin, al mercado– es que, sutil pero contundentemente, plantea una exterioridad de los actores respecto a la política. Desdibuja la posibilidad de involucrarse. En contraste, lo que proponemos es la idea de implicación en políticas públicas: la idea de estar y reconocerse adentro, de ser protagonistas de las mismas.

Junto con “incidencia”, la fórmula, completa suele ser más o menos así: “Para tener política pública participativa hay que generar incidencia. Y para generar incidencia hay que tener una ciudadanía activa.” Lo interesante, y desafiante, es que acá también, en esta definición tan “amigable” de ciudadano activo, se repite algo de la exterioridad del sujeto y de la política: ser ciudadano activo es siempre ser el ciudadano que demanda al Estado desde fuera y, casi siempre, viéndolo como enemigo o, en el mejor de los casos, como un obstáculo a su realización. Desde afuera, y en lo posible, en contra. Lo interesante es que esos sujetos que hicieron del 17 de octubre su legado, decidieron que no iban a ser ciudadanos políticamente activos, sino que iban a ejercer la ciudadanía política pasiva que es ser sujetos políticos y conducir el Estado, ser elegidos por otros. Asumir la conducción del Estado e involucrarse en la conducción del conjunto de la sociedad desde un movimiento político es un modo radicalmente diferente de comprender la dinámica, donde, si acaso podemos seguir hablando de incidencia –quizás se puede– se hace en términos totalmente diferentes. Y aquí vuelve a ser interesante pensar la política pública desde nuestras zapatillas, pero vislumbrar ahora dónde nos van a llevar estas zapatillas de acá a unos años. A nosotros mismos y a otros compañeros nuestros, a grandes sectores sociales que se reencuentran, desde diferentes lugares, con el Estado desde otra posición que no es la de enemigo, y desde otro lugar que no es el de la “exterioridad”. Ni siquiera desde la “demanda”, sino desde la creación. Y así, plantear una manera de reivindicar, de demandar, de actuar, donde el Estado no esta “del otro lado”. No sólo porque no lo vemos como obstáculo o enemigo, sino porque los “lados”, las líneas demarcatorias que nos importan, son otras. Asumir no una “incidencia” sino también y sobre todo la posibilidad, la oportunidad, el desafío y la exigencia de hacer las políticas públicas, por lo tanto politizarse y, muy específicamente, conducir el Estado. Un Estado que además hay que reconstruir y en muchos casos volver a plantear casi desde cero. ¿Qué significa? ¿Qué nosotros vamos a ser presidentes, ministros o diputados? No necesariamente, pero… ¿por qué no? Significa que nos podemos implicar de tal manera que y nos tenemos que imaginar que somos los que nos movilizamos reivindicando, pero también somos los que construimos el poder para en el estado, con el estado. Construyendo la acción política del estado que decide asignar recursos a los sectores populares. Poder ponernos también del otro lado de ese mostrador real e imaginario que durante años el neoliberalismo construyó como una frontera frente a lo corrupto o en todo caso lo ajeno, lo que debían asumir otros, fueran dictadores, fueran “políticos profesionales”, fueran “los corruptos de siempre”, “el aparato”. Esto implica romper esa línea-mostrador y considerar que el otro lado del mostrador también es nuestro. Y que no se trata de un mostrador sino de una frontera política que hay que atravesar en un viaje de construcción de poder popular Puede ser nuestro. Y sobre todo, que ha sido efectivamente nuestro: es la experiencia singular de los sectores populares de nuestro país, que cuaja en torno al largo trayecto del peronismo. Estamos ante el desafío de poder pensar las políticas públicas no sólo como algo que exigimos y reivindicamos, sino como algo que nosotros como miembros del colectivo politizado podemos hacernos del Estado. Esto implica ser militantes o comprometerse en movimientos y organizaciones sociales, pero también (y es algo que nos cuesta) involucrarnos partidariamente y ponernos del lado de los que ejercen el poder, de manera real, y no de los que sólo reclaman o demandan. Cambiar nuestra posición relativa respecto de lo que es el poder y ver el lado de adentro ejerciéndolo. Esto supone poder asumir las políticas públicas como una construcción colectiva que no se piensa desde ese mapa mental que nos han enseñado donde de un lado está el Estado y del otro están los movimientos sociales, la sociedad civil y lo que se suele llamar “la gente”. Ese esquema que, de manera a veces sutil y a veces brutal, nos niega la política. Esquema con sus versiones de izquierda que básicamente dice: “acá están los movimientos sociales que son buenos, acá está el Estado al que le pido, y acá están los partidos que nos traicionan”. Ese esquema no nos sirve a nosotros. Pero, más que declararlo, podemos decir que en la experiencia concreta de la Argentina, en nuestra historia, objetivamente, hay otra vivencia de otro camino y otros resultados, muy contundentes, de esa experiencia. Y podemos argumentar fuerte que esa larga y ancha experiencia tuvo todos los problemas que tuvo, justamente porque hizo carne en las mayorías, para las mayorías, una vivencia de felicidad colectiva que está marcada a fuego en la memoria colectiva de los sectores populares.

Fuente: Centro Mapas pedagogía/política www.mapas.org.ar nestorborri@gmail.com

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