Por Carlos del Frade
El asesino camina sonriente entre sus supuestos celadores.
Son todos amigos.
Eso se ve en las fotos.
Eso se entiende porque forman parte de la misma institución, la policía de la provincia de Río Negro.
Defienden los mismos intereses, sienten las mismas pasiones, pelean por lo mismo y sostienen que las armas dadas por el estado deben usarse para matar a los pibes pobres.
Es el mandato que atraviesa la historia de los últimos cuarenta años a todas y cada una de las policías provinciales.
Los militares ordenaron con claridad: nosotros matamos a los revolucionarios, ustedes matan a los pobres y así, de esa manera, nuestros patrones, los verdaderos, los dueños de casi todo, quedarán contentos por los tiempos de los tiempos.
Fue en Bariloche, la idílica ciudad, la meca de los viajes de estudios de la pibada de todos los quintos años de todas las escuelas secundarias de la Argentina, donde mataron por la espalda a Diego Bonefoi.
Cuando la ciudad de las postales y el chocolate en barra dejaron de lado la fantasía turística y amaneció, en la conciencia de los argentinos, como una de las tantas comarcas donde solamente unos pocos viven bien y las mayorías apenas le empatan al fin de mes.
Diego era uno de los pibes del Alto. El lugar donde la geografía de la riqueza destinó para los desesperados.
Murió baleado el 17 de junio de 2010, de madrugada, mientras escapaba junto a otros jóvenes de cuatro policías, que los perseguían por considerarlos sospechosos de un robo. Fue asesinado sin que opusiera resistencia, apuntaron las distintas crónicas periodísticas.
Su matador, el entonces cabo Sergio Colombil, fue recientemente fotografiado, sonriente, sin esposas y abrazado a los uniformados que lo trasladaban a la cárcel después de haber escuchado su condena a veinte años de prisión.
No hay tristeza alguna en las fotos que aparecieron en la red social facebook el pasado 13 de junio. Todos parecen celebrar. Colombil no solamente es uno de ellos, sino que es uno de los mejores porque ha puesto en práctica del manual de operaciones del sistema, matar a los pibes, por cualquier razón, por si acaso, por lo que sea, porque las minorías ordenan ese servicio permanente a sus fuerzas pretorianas.
“Esto significa una falta gravísima desde lo operativo y no lo podemos dejar pasar”, afirmó Santiago Ibarrolaza, subsecretario de Política Criminal a cargo del Servicio Penitenciario Provincial. Una declaración políticamente correcta pero el funcionario sabe que, en realidad, esos amigotes del ex cabo expresan algo profundo que se mueve en el seno de la policía rionegrina.
“No sé con qué sentido publican esas fotos pero son una provocación, una forma de mostrar la impunidad que tiene la policía provincial. ¿Quién nos garantiza que Colombil cumpla los 20 años de condena? Los familiares quedamos desorientados y con mucha bronca también”, comentó Curaqueo, tío de Nicolás Carrasco, de 16 años, asesinado en las protestas por la muerte de Bonefoi, al igual que Sergio Cárdenas.
Colombil está detenido pero aquellas fotografías muestran que el manual de operaciones de las policías provinciales sigue libre, vigente y siempre dispuesto a ser cumplido al servicio del sistema que defienden las fuerzas de seguridad.
Una foto que se parece, por sobre todas las cosas, a una advertencia dirigida a toda la sociedad argentina en su conjunto.
Son todos amigos.
Eso se ve en las fotos.
Eso se entiende porque forman parte de la misma institución, la policía de la provincia de Río Negro.
Defienden los mismos intereses, sienten las mismas pasiones, pelean por lo mismo y sostienen que las armas dadas por el estado deben usarse para matar a los pibes pobres.
Es el mandato que atraviesa la historia de los últimos cuarenta años a todas y cada una de las policías provinciales.
Los militares ordenaron con claridad: nosotros matamos a los revolucionarios, ustedes matan a los pobres y así, de esa manera, nuestros patrones, los verdaderos, los dueños de casi todo, quedarán contentos por los tiempos de los tiempos.
Fue en Bariloche, la idílica ciudad, la meca de los viajes de estudios de la pibada de todos los quintos años de todas las escuelas secundarias de la Argentina, donde mataron por la espalda a Diego Bonefoi.
Cuando la ciudad de las postales y el chocolate en barra dejaron de lado la fantasía turística y amaneció, en la conciencia de los argentinos, como una de las tantas comarcas donde solamente unos pocos viven bien y las mayorías apenas le empatan al fin de mes.
Diego era uno de los pibes del Alto. El lugar donde la geografía de la riqueza destinó para los desesperados.
Murió baleado el 17 de junio de 2010, de madrugada, mientras escapaba junto a otros jóvenes de cuatro policías, que los perseguían por considerarlos sospechosos de un robo. Fue asesinado sin que opusiera resistencia, apuntaron las distintas crónicas periodísticas.
Su matador, el entonces cabo Sergio Colombil, fue recientemente fotografiado, sonriente, sin esposas y abrazado a los uniformados que lo trasladaban a la cárcel después de haber escuchado su condena a veinte años de prisión.
No hay tristeza alguna en las fotos que aparecieron en la red social facebook el pasado 13 de junio. Todos parecen celebrar. Colombil no solamente es uno de ellos, sino que es uno de los mejores porque ha puesto en práctica del manual de operaciones del sistema, matar a los pibes, por cualquier razón, por si acaso, por lo que sea, porque las minorías ordenan ese servicio permanente a sus fuerzas pretorianas.
“Esto significa una falta gravísima desde lo operativo y no lo podemos dejar pasar”, afirmó Santiago Ibarrolaza, subsecretario de Política Criminal a cargo del Servicio Penitenciario Provincial. Una declaración políticamente correcta pero el funcionario sabe que, en realidad, esos amigotes del ex cabo expresan algo profundo que se mueve en el seno de la policía rionegrina.
“No sé con qué sentido publican esas fotos pero son una provocación, una forma de mostrar la impunidad que tiene la policía provincial. ¿Quién nos garantiza que Colombil cumpla los 20 años de condena? Los familiares quedamos desorientados y con mucha bronca también”, comentó Curaqueo, tío de Nicolás Carrasco, de 16 años, asesinado en las protestas por la muerte de Bonefoi, al igual que Sergio Cárdenas.
Colombil está detenido pero aquellas fotografías muestran que el manual de operaciones de las policías provinciales sigue libre, vigente y siempre dispuesto a ser cumplido al servicio del sistema que defienden las fuerzas de seguridad.
Una foto que se parece, por sobre todas las cosas, a una advertencia dirigida a toda la sociedad argentina en su conjunto.
Fuente: Pelota de Trapo
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