¿CUANTOS MUERTOS MÁS DEBEREMOS CONTAR?
Esto en verdad es algo que nunca hubiera deseado escribir. Me lleva a
hacerlo el dolor y la impotencia que desde hace unos días siento tras conocer
un dato, frío, como todos los datos o las estadísticas:
El sábado pasado, tras permanecer varios días internados en grave
estado, falleció otro niño, oriundo de la ciudad de Lavalle, Corrientes,
intoxicado por agrotóxicos.
En junio del 2011, me encontraba participando de un Encuentro de
Pueblos Fumigados en Carlos Pellegrini, Corrientes y allí supe de la muerte de
Nicolás y también de lo grave que estaba Celeste, trasladada a Buenos Aires y
en lista de trasplante hepático, que finalmente no necesitó.
Allí, la mamá de Nicolás me contó que vivían frente a una tomatera que
siempre “tiraban venenos”, que en esos día habían tirado y que las
zapatillas de los chicos tenían incluso pegado barro que se había hecho al
mezclarse con el agua que venía de la tomatera. Contó que Nicolás
lamentablemente no corrió la misma suerte de Celeste, él ni siquiera pudo
llegar a ser trasladado a un centro de mayor complejidad.
Los familiares de Celeste allí presentes, me encomendaron que a mi
regreso a capital contactara con la madre de la niña. En los pocos encuentros
que tuve –ya Celeste estaba mejor- relató nuevamente el miedo que tenían de
regresar a ese lugar, ya que sabían que la vida de ellos y sobre todo la de sus
hijos corrían serios riesgos a causa de la amenaza de envenenamiento constante
que significaba vivir allí, por las permanentes fumigaciones en las tomateras.
A sabiendas de la gravedad de las consecuencias que las
fumigaciones están provocando en la salud de la población afectada, es que
participé de encuentros escuchando testimonios de pobladores y profesionales
afectados; escribí notas a autoridades hospitalarias alertando sobre el
tema y solicitando ayuda; difundí informaciones y participé en la organización
de charlas-ateneos dentro de instituciones de Salud, tres en menos de un año.
Evidentemente pareciera que nada de esto, que muchos otros ya vienen
tenazmente realizando y denunciando también desde hace años, hace que las
autoridades correspondientes tomen cartas en el asunto, de lo contrario estas
cosas no deberían seguir ocurriendo con descarada impunidad.
Ante tanta impotencia y dolor que, aún no me invalidan a perseverar en
el tema, algunas preguntas y reflexiones pugnan por salir de mi cabeza.
No es esta la ocasión de citas pero, hay informes científicos más que
suficientes que indican que las sustancias que se están utilizando en la
agricultura en los últimos años son más que dañinos para el suelo, el agua, los
animales y las personas…es decir, más claro: son VENENOS incluso algunos fueron
utilizados como armas de guerra y ahora son derramados a millones de litros
sobre poblaciones indefensas.
Los niños de Corrientes tal vez hayan “cometido el delito” de llevarse
tierra o alguna planta del lugar -donde viven, aman y se saben parte-
a la boca. Cualquiera de nosotros o nuestros hijos, sobrinos o
nietos lo hemos hecho alguna vez, pero es evidente que a ellos desde
hace unos años, esto les está representando la diferencia entre la
vida y la muerte.
Unos días antes de descomponerse el nene que falleció el sábado, los
“marcadores biológicos”, según cuentan, indicaron claramente que ahí estaba
pasando algo: cayeron fulminados el perro, los chanchos y otros animales del
lugar, “ninguno se agusanó” cuentan asombrados. Vaya detalles no?
¿Quién y desde cuándo han dictaminado que jugar con la naturaleza sea
una inapelable sentencia de muerte?
Imaginemos por un momento que en lugar de haber sido por agrotóxicos,
hubieran sido dos muertes en un año, en una ciudad de 5000 hab. (como
aproximadamente tiene Lavalle) por inseguridad por ejemplo, por secuestros u
otra causa ¿Cuál habría sido nuestra reacción como sociedad?...
¿Y la reacción de los medios…corporativos o no? Si la
causa hubiera sido otra, si además los chicos hubieran sido de otro medio
social…¿Cuál habría sido la atención, las páginas y el tiempo dedicado por la
prensa?...
Sin duda hubieran estado haciendo largas y firmes guardias
periodísticas esperando “el último parte médico” que informara como sigue
todo…estarían esperando resultados de análisis…de
autopsia…etc.
En definitiva, estarían haciendo sentir a la sociedad que la persona
que está peleando por sobrevivir, si se muere, se nos muere un poco a
todos no??
¿Por qué en este caso no pasa lo mismo? Me pregunto: ¿la muerte
de estos dos nenes no nos debe doler a todos?
Eran dos nenes sanos, nunca nadie debía haberlos intoxicado, tampoco
fue un descuido de la madre…
Y, a los equipos de salud: ¿Qué responsabilidad nos cabe en salir a
denunciar estas cosas que vemos están pasando? ¿Es ético seguir mirando
para otro lado cuando están envenenando a las personas impunemente?
Y estamos hablando acá solo de las intoxicaciones agudas, ¿qué pasa
además con las consecuencias crónicas en el medio ambiente y en las personas?
¿Qué pasa desde el punto de vista de la salud, con el aire que respiramos, con
el agua que tomamos, con los alimentos que ingerimos?..
Esos tomates de Lavalle seguramente estarán en nuestra mesa
mañana?...Que la población esté ingiriendo a diario pequeñas dosis de tóxicos
que se irán acumulando progresivamente, no es un problema de salud?
Y, en caso de haber recibido un trasplante hepático, ¿no deberíamos
cuestionarnos si es un éxito para la ciencia o los equipos de salud
intervinientes, realizar un trasplante con todo lo que ello significa, en un
nene que nunca debía haberlo necesitado, de no ser porque se
está permitiendo envenenar a las personas?
Y: ¿A quién vamos a comunicar los resultados de los análisis, al
SENASA? institución que permite que estos venenos sigan siendo utilizados? Qué
esperamos que nos van a decir? No debemos pensar en hacer algo más?
Y al Ministerio de Educación? No le preocupa que “sus alumnos y
maestros” estén siendo fumigados mientras están tomando clases o en los patios
de las escuelas? Tampoco lo saben?
Y que se están enfermando y muriendo como consecuencia de ello?
Algunas cosas, pocas, tengo claras entre tanta impotencia y dolor que
aturde.
Esto no se arregla “alejando” las fumigaciones. Los venenos son
venenos y enferman y matan, más rápido o más lentamente, sea por aire, por
tierra, a 800 o a mil metros: creo que no hay lugar a discusión: NO SE DEBEN
USAR.
Lo más fácil es cargar sobre responsabilidades individuales –que las
hay por supuesto y deben pagar- pero pienso que hay otras que son más
grandes y siempre terminan eludiéndose y son las que corresponden a las
autoridades que deben tomar medidas urgentes, prohibiendo usos y protegiendo a
las víctimas que son presa fáciles de esta situación, por ser los más
humildes y con sus necesidades totalmente insatisfechas.
Protegerlos significa no dejar que nadie tome represalia con ellos y
ofrecerles otro medio de subsistencia que no sea a costa de su salud o la de
sus familiares por ejemplo.
Pienso que la solución no es fácil, pero es una decisión política, no
hay otro modo de cambiarlo y debe priorizar la Salud a la rentabilidad
indefectiblemente, aunque tristemente uno observa que todo va camino a
seguir profundizándose, pero en sentido contrario.
Mientras, seguiremos insistiendo en que los agrotóxicos
enferman…envenenan y matan, pero sin dejar de denunciar también que de todo eso
hay responsables, hay homicidas y hay cómplices que callan y otorgan mientras
se llenan de dinero.
Sin duda hay que subvertir los valores ya que, de seguir así,
seguiremos contando los enfermos y muertos que por supuesto siempre los
ponemos nosotros, los de este lado de la vereda.
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