lunes, 17 de octubre de 2011

Los cambios en la escuela, en la mesa y en el trabajo


El informe elaborado por seis universidades nacionales a pedido del Ministerio de Educación indaga en los cambios de la vida cotidiana. Las mejoras en los índices escolares, en la familia y en la alimentación.

Lo que va cambiando. El informe detecta “un reconocimiento mayoritario” en el aumento del presentismo escolar, en la evidente mejora de las condiciones de vida y en el acceso a la posibilidad de recreación y nuevos consumos culturales. El Ministerio de Educación verificó que, efectivamente, la matrícula aumentó y, además, que es otra la forma de “estar en la escuela” de muchos alumnos. Se inscribieron más educandos y la tasa de retención mejoró. La trayectoria educativa es mejor, observándose menos repitencia, abandono y sobreedad. En 2006, el 23 por ciento de los alumnos tenía más edad de la esperada para el ciclo que cursaba, en 2010 ese porcentaje desciende al 17,7 por ciento, en correlato con la disminución de repitencia y abandono. El director de una escuela de Avellaneda pone el fenómeno en palabras: “Cuando se pone en aviso a uno de los padres de que el chico está en riesgo la situación cambia. Antes seguía en riesgo y abandonaba. Hoy el nivel de abandono es menor”. La asistencia social también llega más, explica una preceptora de Berisso. De nuevo, hay un “antes” y un “ahora”: “Para las asistentes (trabajadoras sociales) cambia porque antes iban a la casa y no las recibían. Ahora, con la obligatoriedad, es distinto”.

Los útiles, la comida. La AUH no es un subsidio al desempleo. En tendencia, la mayoría de los jefes de hogar tienen trabajos informales, a veces esporádicos. El agregado de los dos ingresos reconfigura la, siempre restringida y exigente, economía familiar. El modo en que las familias asignan los nuevos recursos, ya se dijo, es leído contradictoriamente entre los docentes. Los padres y los alumnos enfatizan que los útiles escolares y la comida son el principal destino. Refacciones en la vivienda, otro caso. La experiencia del Ministerio de Educación y muchas escuelas corrobora sus dichos. Desde principios de 2011 se redujo sensiblemente el número de pedidos de útiles a las autoridades nacionales, provinciales y municipales. En parte, explican conocedores del terreno, es que hay más plata en los hogares. En parte, es que los chicos prefieren darse un gustito eligiendo tal o cual cartuchera, mochila o lapicera. El pago en las cooperadoras aumentó, informa la directora de un colegio en Junín, “antes era menos, casi nada”. Se completa un círculo virtuoso, conmovedor. La familia retribuye, aporta a la comunidad educativa, más allá de lo que le sería exigible.

A comer. El menú cotidiano es otro, las familias dan cuenta. “Les compro dulces y frutas”, comenta una madre formoseña. Una alumna de Melchor Romero se entusiasma, entre otros motivos porque, argentina al fin, puede convidar: “Ahora comemos pollo al horno, más seguido asado... invitamos a gente a la casa a comer, más a los chicos de la iglesia a comer pizza”. Los comedores escolares están, por lo general, menos poblados. A veces los alumnos demuestran nuevas exigencias: “A los pibes les gusta la milanesa, el puré... si les das acelga, digamos, antes la comían porque en la casa había necesidad, no había comida, pero ahora es como que no la comen” (un inspector regional). Por cierto, ni los menores ni las familias son ascéticos, puritanos o estoicos. El consumo entusiasma, los testimonios dan cuenta de “galletitas para mi hermano”, “una Coca cola en la mesa, pedir chocolate y comprarle”. Hay quien se manda a un McDonald’s el día de cobranza para que la nena tenga sus “papitas fritas”. La escuela, se razona en el informe, se “va librando de las múltiples tareas que había asumido durante la crisis social”. Recupera, parcialmente más vale, su rol esencial. No es sencillo ponerse a la altura, reconocen a este diario asesores muy cercanos al ministro Alberto Sileoni. En la secundaria, especialmente, va virando un paradigma: se había convertido en una escuela selectiva. Los nuevos educandos, muchos de ellos primera generación en la familia que va a la secundaria, proponen desafíos. Más trabas en el aprendizaje, menos adecuación a la disciplina y las rutinas, más proclividad a “entrar y salir” del sistema. En los hogares de clase media, como norma, no se “negocia” si el chico cursará el secundario. El menor de estratos más humildes sí lo hace, pues la escuela compite con “la calle”, la posibilidad de trabajar o de emprender otro camino. Acaso esto explique, en parte, las reticencias de varios docentes, menos optimistas respecto del desempeño de los papás, como integrantes de la comunidad educativa y como administradores del dinero. “Los padres no dan bola”, cuestionan preceptores de Junín. Hay quien les imputa total desapego: “Sólo les importa cobrar la AUH” (trabajadora social de Berisso). “Ves a los chicos con las zapatillas rotas y están con la mejor cámara digital” (directora de escuela en Junín). Otros denuncian que los chicos llegan “con ropa vieja, faltos de higiene” (director de escuela en Formosa). O sin ganas de estudiar. Otros maestros, mayoría según el Informe, piensan de modo muy distinto, por ejemplo un chaqueño: “Antes capaz los chicos venían a pedirnos pan y ahora tienen que venir a estudiar”. Tal vez registren multiplicidad de situaciones o de conductas, no ha de ser puramente homogéneo un universo de casi un millón de familias. La diversidad de consumos es otra novedad, que se debate.

Consumos. “Antes veíamos las cosas por la tele y (los chicos) decían ‘¿cuándo vamos a ir?’. El año pasado fuimos a lo que fue el Bicentenario, este año fuimos a lo de la murga, en Boedo. Aparte, nosotros nos enganchamos en todo. Hay un recital gratis a beneficio, si podemos vamos todos”, cuenta una mamá. La ampliación de ciudadanía se trasunta en nuevos consumos culturales, anche el Bicentenario, que algunos observadores creyeron un reducto de las clases medias. Seguramente Tecnópolis fue otro centro de atracción, no registrado en el Informe por su fecha de confección. Los MP3, celulares, golosinas para el recreo son partes de nuevos patrimonios. Hay docentes que ven en esos accesos una mejora en las condiciones cualitativas de acceso al aprendizaje. Otros barruntan un desperdicio. Una preceptora de Melchor Romero propone un discurso más sofisticado, con reconocimientos y prevenciones: “Tienen que comprar porque así recuperan la dignidad. Cuando esa moneda es gratis se la gastan en puchos, en chicles, en Coca Cola. Se terminan acostumbrando a todo lo que se les da”. Un director del Chaco matiza más, comprende ciertas decisiones, pero alerta: “Con el recibo de la Asignación les dan el crédito para la moto. Esperemos que después la plata sea para los chicos y no para otra moto”. La moto, la bicicleta son elecciones habituales, para nada caprichosas ni superfluas. En muchos confines del Conurbano o del interior de provincias el transporte público funciona mal, si es que existe. La movilidad propia deviene un imperativo. Acceder a la motito es ganar tiempo y calidad de vida. Los críticos remarcan, más de una vez, un potencial conflicto con la cultura del trabajo: “(La AUH) hace que la gente no quiera superarse. No se apuesta al trabajo, que es lo que dignifica”, reflexiona una empleada de maestranza de una escuela de Formosa.

Reparar, pagar, reedificar. El aumento del Presupuesto educativo, la inversión en infraestructura, las netbooks para todos, la mejora sensible en el salario docente forman un combo que eleva la base material del sistema. La AUH incentiva a los padres a escolarizar a sus pibes y fomenta que éstos lleguen menos desprovistos a las aulas. Que “estén”, antes que nada. Que tengan “otra forma de estar”, después. Las suicidas políticas económicas de fin del siglo XX sumieron a la Argentina en un pozo tremendo. Pérdida de derechos, destrucción del Estado y del aparato productivo, niveles inéditos de desocupación. En el plano que hemos sobrevolado, la escuela debió cubrir (con gran esfuerzo y pérdida en el aspecto educativo) roles propios de la asistencia social. Las familias se desmembraron, por primera vez en la historia convivieron dos y hasta tres generaciones que nunca trabajaron. La comensalidad familiar, por imperio de la necesidad, cedió paso a la alimentación en comedores comunitarios o escolares. Ese tobogán ha cesado, se está remontando... pero curar el daño y elevar el nivel de la calidad educativa no es tarea de meses, ni de años, ni de lustros. El rumbo económico elegido, la inversión social, el compromiso y la dignidad de las familias son condiciones necesarias de la solución. No deben estimular la euforia (muy bajo habíamos caído, muy a mitad del camino estamos) pero sí el optimismo de la voluntad.

Fuente Página 12

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